MI EXPERIENCIA PERSONAL CON CÍRCULOS DE MUJERES
En el 2020, para alejarme un poco de la ansiedad e incertidumbre que generaba el encierro pandémico, decidí viajar en una van y mantener el contacto con la naturaleza. 
Aproveché que los mejores lugares estaban vacíos y planeé llegar lo más lejos posible hasta que se calmara la locura mundial.
Después de unos meses, decidí retroceder el camino andado y sentí el magnetismo de volver a San Cristóbal de las Casas (Chiapas, Mexico).
Allí me instalé por unos cuántos meses y por por primera vez, fui a un círculo de mujeres. 
Este círculo era muy distinto a todo lo que me imaginaba que sucedía en una reunion de mujeres. 
Su objetivo era compartir vivencias y experiencias y, a su vez, habilidades artísticas, artesanales, medicinas naturales y saberes varios.
Cada semana compartíamos palabras y creábamos juntas.
Para mi segundo encuentro pidieron que fuéramos con una actitud positiva y abierta a experimentar algo nuevo. El tema de esa reunión era: “sanción de nuestra relación con el cuerpo”.
Al llegar, nos saludamos amorosamente pero se sentía la incertidumbre de lo que vendría. Eramos diez mujeres de distintas nacionalidades, edades y estilos de vida. Cada una se presentó y expresó los motivos e intenciones de estar allí. 
Prendimos la chimenea, un copal, velas y armamos un pequeño altarcito de flores en el medio del círculo.
Después nos sentamos en ronda y nos quitamos la ropa. Cerramos los ojos y a través de una musica que movía todas las fibras de tu cuerpo interno, una voz muy dulce nos guió en una meditación activa. 
Caminamos por el espacio viendo nuestros propios pies, concentrándonos en las sensaciones del momento, la conciencia corporal y terminamos bailando alrededor de las velas, sin mirarnos.
Después de compartir el espacio, estar cómodas con la desnudez y sacarnos de la cabeza los prejuicios, volvimos al circulo.
En la primera vuelta, cuando comenzamos a hablar sobre el cuerpo femenino, la conversación giraba más sobre aspectos sociales, políticos y las luchas colectivas.
Pero en la segunda, cuando se empezó a sentir la confianza, cada una se expuso desnuda frente al resto de las compañeras, justo al lado de la chimenea, con una vela en la mano para hablar con mas apertura sobre su experiencia personal con su propio cuerpo.
Desnudarme en cuerpo y vulnerabilidad frente a desconocidas fue una experiencia intensa. En lugar de sentirme vulnerable, me sentí cobijada. Escuchar a cada una de ellas fue profundamente emotivo. Cada experiencia de vida resonaba en mi, aunque fuera algo muy lejano y hasta inimaginable en mi privilegiado entorno.
Me di cuenta que todas estamos en el mismo camino, que tenemos los mismos miedos e inseguridades, los mismos complejos y opresiones aunque las historias estén escritas con distintas tintas. Pude empatizar con cada mujer fácilmente y sentir honestas ganas de abrazarlas y decirles que no están solas.
Compartimos comida y musica entre las mantas y mantuvimos el fuego prendido para mantener los corazones cálidos, en el invierno crudo de Chiapas.
Fue una experiencia liberadora, de profunda introspección y aprendizaje.
Esa fue la primera vez que viví en carne propia el concepto de sororidad y quedé íntimamente vinculada a una nueva familia de mujeres del mundo.
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